Todo es extraño, increíble y casi difuso.
Hay tanto para recordar, tanto quedo pendiente de explayar, tanto en silencio y en las miradas...
Hubo tiempo para juzgar y no lo hiciste, no lo hice, no lo
hicimos... seguimos adelante y el pasado fue entrando en la bruma de nuestras
dispares y conjuntas memorias.
Algunas de nuestras verdades dolieron, nuestras realidades
que en algún momento fueron pesadillas en carne y que supimos ocultar surgieron
y nos atacaron en mente y cuerpo. Sufrimos de soledad y compañía y nada detuvo
los pasos dados. Nada empujo el caminar para enfrentarnos, solo fuimos, fuimos
libres o plenos de tabúes?, no lo sé y ni quisiera intentaré saberlo. Todo
fluyo sin necesidad de guías, sabías y sabía dónde, cuándo y cómo deberíamos
dejarnos llevar. Provoque tus sentidos, provocaste los míos, besé tus manos,
recorrí tus mejillas, oídos y sostuve tu cabeza mientras besaba delicadamente
tus labios. Me atreví, porque lo permitiste, a ir un poco más allá y pude tocar
tu humanidad atrevida en calor y en plenitud.
Quizás invadí tu persona pero no lo hice para dañarte, lo
hice para brindarte placer, un placer que se vertía innato en mi, uno que deseaba brindarte, uno que me llevo a entregar mi persona sin temor, inclusive sin el miedo de ser pasional y visceral a la vez. Mucho tiempo paso, para mi, el volver a tener sentido el ser plena, como mujer. Me arriesgue pues percibí tu entrega detrás de tu
silencio y en tus ojos que permanecían cerrados. Creí por un instante que
rechazarías mi propuesta que era absolutamente explicita... para mí era como si
el tiempo acelerara su conteo y el anochecer nos caería aplastándonos con un
amanecer implacable y no debía perder segundo.
Ahora fue nuestro momento; la edad ya no es una prohibición,
la madurez nos dio la pauta para no sentir miedo y hacernos responsables de
nuestros actos, descartamos la vergüenza de nuestros ojos y continuamos...
Disfrute verte, sentirte. Disfrute de tu aroma, del sabor,
de la suavidad de tu piel, de tus movimientos y su intensidad. Nos
liberamos, y aunque la falta de
costumbre poso su mano entre ambos logré desconectar mi cabeza y dormí
tranquila.
Sin embargo, el amanecer me hizo encontrarme con una cama
vacía. Tú y tus formas arraigadas de ser, seguían funcionando como un sábado
cualquiera. Hubiese deseado que permanecieras junto a mí y me abrazaras. Sentí
un vacio y mi cabeza elucubro la peor de las justificaciones...
Pausa, un desayuno, un paseo por tus dominios, un descanso
en el lugar que te brinda tranquilidad... pausa, te levantas y tras unos
minutos te oigo pedir mi ayuda, resolví el misterio para ti y después de ello
te incite al ir bordeando tu espalda para tocarte… Quitar tus lentes, llevarlos
en mis manos mientras caminaba decidida a la habitación.
Descubriste un secreto, te diste cuenta que es real... te di
las gracias como sabía que las aceptarías.
Almorzamos, descansamos viendo la tarde caminar, nos rodeo
la brisa y el murmurar de la soledad nos abrazo. Brindamos por el momento, por
la paz que nos embrujo.
Amé tu espacio; agradezco que me permitieras estar en el,
agradezco la confianza, el poder deleitarme de todo lo que conllevo ese lugar,
las conversaciones, los silencios y esa solicitud tuya a la que accedí sin
tapujo alguno y que nos llevo a retozar nuevamente.
Volvimos y deslice mis piernas bajo las tuyas y esa simple
acción me hizo sentir protegida. Te mire, mientras tú concentrado, veías hacia un
horizonte mental, no quise emitir palabra para no estorbar tus reflexiones, de
pronto te levantaste y fuiste a preparar todo para compartir la hora del té. Me
deje llevar en esa ausencia tuya, por un dormir apacible que se sobresalto
cuando oí algo quebrarse al caer, quise preguntar si estabas bien pero callé,
no quise ponerte en juicio ni menos hacerte sentir mal... hoy me sigo
preguntando si acaso estuvo bien no hacerlo o si debí hacerlo, si debí preguntar
o ir.
Un toque de cordura y sencillez rodeo todo aquello que tan
esmeradamente preparaste, fue perfecto.
Y allí, entre palabras cruzadas surgió la más increíble de
las peticiones que se inscribió con fuego en mi alma:
"Cuando estemos Tu y Yo, no nos trataremos mal".
Estuviste tanto tiempo mascullando esa molestia, esa, me atrevo a decir, tristeza. Te doy gracias porque la verbalizaste. Me bajaste a la tierra, ha sido la primera vez que me han
dado de bruces, "supuse", supuse algo en vez de tener paciencia o
bien preguntar o inclusive de haber dado alternativas lógicas. Fui injusta -
sin intención - ante tu preocupación, ante tu querer agradarme, te di mis
disculpas y sigo creyendo que no fueron suficientes, lo siento honestamente, lo
siento por no valorar tu gentileza, en adelante, si lo hay, seré más
consecuente ante tus gestos.
Volví a tu lugar y continué viendo por los ventanales y
nuevamente ese páramo se abrió en paz y respete tu espacio y volví a enamorarme
de esa armonía natural que se presentaba ante mí.
El cansancio comenzó a embelesar mis sentidos, te pedí ir a
recostarme y me lo permitiste...
... cruzaste la puerta sombrío y preocupado, me diste a
conocer lo que ocurría, fui a tu ritmo, no quería dar problemas, ni causarte un
retraso, me llevaste y mientras lo hacías te di las gracias por el oasis...
Llegamos, nos despedimos con un sencillo pero significativo,
al menos para mí, beso... y mi cabeza y mi persona volvieron a vestir la
armadura, me embriague de valor para dejarte ir, diciéndome:
"No mires atrás, camina, solo camina y atesora..."
Gracias Caro Mío...