07 diciembre, 2022

Tras una cortina

 

Todo es extraño, increíble y casi difuso.
Hay tanto para recordar, tanto quedo pendiente de explayar, tanto en silencio y en las miradas...

 

 

Hubo tiempo para juzgar y no lo hiciste, no lo hice, no lo hicimos... seguimos adelante y el pasado fue entrando en la bruma de nuestras dispares y conjuntas memorias.

Algunas de nuestras verdades dolieron, nuestras realidades que en algún momento fueron pesadillas en carne y que supimos ocultar surgieron y nos atacaron en mente y cuerpo. Sufrimos de soledad y compañía y nada detuvo los pasos dados. Nada empujo el caminar para enfrentarnos, solo fuimos, fuimos libres o plenos de tabúes?, no lo sé y ni quisiera intentaré saberlo. Todo fluyo sin necesidad de guías, sabías y sabía dónde, cuándo y cómo deberíamos dejarnos llevar. Provoque tus sentidos, provocaste los míos, besé tus manos, recorrí tus mejillas, oídos y sostuve tu cabeza mientras besaba delicadamente tus labios. Me atreví, porque lo permitiste, a ir un poco más allá y pude tocar tu humanidad atrevida en calor y en plenitud.

Quizás invadí tu persona pero no lo hice para dañarte, lo hice para brindarte placer, un placer que se vertía innato en mi, uno que deseaba brindarte, uno que me llevo a entregar mi persona sin temor, inclusive sin el miedo de ser pasional y visceral a la vez. Mucho tiempo paso, para mi, el volver a tener sentido el ser plena, como mujer. Me arriesgue pues percibí tu entrega detrás de tu silencio y en tus ojos que permanecían cerrados. Creí por un instante que rechazarías mi propuesta que era absolutamente explicita... para mí era como si el tiempo acelerara su conteo y el anochecer nos caería aplastándonos con un amanecer implacable y no debía perder segundo.

 Ahora fue nuestro momento; la edad ya no es una prohibición, la madurez nos dio la pauta para no sentir miedo y hacernos responsables de nuestros actos, descartamos la vergüenza de nuestros ojos y continuamos...

 Disfrute verte, sentirte. Disfrute de tu aroma, del sabor, de la suavidad de tu piel, de tus movimientos y su intensidad. Nos liberamos,  y aunque la falta de costumbre poso su mano entre ambos logré desconectar mi cabeza y dormí tranquila.

 Sin embargo, el amanecer me hizo encontrarme con una cama vacía. Tú y tus formas arraigadas de ser, seguían funcionando como un sábado cualquiera. Hubiese deseado que permanecieras junto a mí y me abrazaras. Sentí un vacio y mi cabeza elucubro la peor de las justificaciones...

Pausa, un desayuno, un paseo por tus dominios, un descanso en el lugar que te brinda tranquilidad... pausa, te levantas y tras unos minutos te oigo pedir mi ayuda, resolví el misterio para ti y después de ello te incite al ir bordeando tu espalda para tocarte… Quitar tus lentes, llevarlos en mis manos mientras caminaba decidida a la habitación.

 Descubriste un secreto, te diste cuenta que es real... te di las gracias como sabía que las aceptarías.

 Almorzamos, descansamos viendo la tarde caminar, nos rodeo la brisa y el murmurar de la soledad nos abrazo. Brindamos por el momento, por la paz que nos embrujo.

 Amé tu espacio; agradezco que me permitieras estar en el, agradezco la confianza, el poder deleitarme de todo lo que conllevo ese lugar, las conversaciones, los silencios y esa solicitud tuya a la que accedí sin tapujo alguno y que nos llevo a retozar nuevamente.

 Volvimos y deslice mis piernas bajo las tuyas y esa simple acción me hizo sentir protegida. Te mire, mientras tú concentrado, veías hacia un horizonte mental, no quise emitir palabra para no estorbar tus reflexiones, de pronto te levantaste y fuiste a preparar todo para compartir la hora del té. Me deje llevar en esa ausencia tuya, por un dormir apacible que se sobresalto cuando oí algo quebrarse al caer, quise preguntar si estabas bien pero callé, no quise ponerte en juicio ni menos hacerte sentir mal... hoy me sigo preguntando si acaso estuvo bien no hacerlo o si debí hacerlo, si debí preguntar o ir.

 Un toque de cordura y sencillez rodeo todo aquello que tan esmeradamente preparaste, fue perfecto.

 Y allí, entre palabras cruzadas surgió la más increíble de las peticiones que se inscribió con fuego en mi alma:

 "Cuando estemos Tu y Yo, no nos trataremos mal".

 Estuviste tanto tiempo mascullando esa molestia, esa, me atrevo a decir, tristeza. Te doy gracias porque la verbalizaste. Me bajaste a la tierra, ha sido la primera vez que me han dado de bruces, "supuse", supuse algo en vez de tener paciencia o bien preguntar o inclusive de haber dado alternativas lógicas. Fui injusta - sin intención - ante tu preocupación, ante tu querer agradarme, te di mis disculpas y sigo creyendo que no fueron suficientes, lo siento honestamente, lo siento por no valorar tu gentileza, en adelante, si lo hay, seré más consecuente ante tus gestos.

 Volví a tu lugar y continué viendo por los ventanales y nuevamente ese páramo se abrió en paz y respete tu espacio y volví a enamorarme de esa armonía natural que se presentaba ante mí.

 El cansancio comenzó a embelesar mis sentidos, te pedí ir a recostarme y me lo permitiste...

 ... cruzaste la puerta sombrío y preocupado, me diste a conocer lo que ocurría, fui a tu ritmo, no quería dar problemas, ni causarte un retraso, me llevaste y mientras lo hacías te di las gracias por el oasis...

Llegamos, nos despedimos con un sencillo pero significativo, al menos para mí, beso... y mi cabeza y mi persona volvieron a vestir la armadura, me embriague de valor para dejarte ir, diciéndome:

 "No mires atrás, camina, solo camina y atesora..."

 

Gracias Caro Mío...